INTRODUCCIÓN A "RETRATO DE MUJERES"

Una madre que no quiere más guerras, una joven decidida a ser libre, una mujer que sabe quién es y cómo conducirse por el mundo… tantas y tantas historias, puestas en el espejo del escenario, en el álbum de partituras. ¡Cómo no escucharlas, con tanto por decir!

Retratos necesarios


En la interminable galería de personajes femeninos que habitan nuestro imaginario colectivo, queríamos componer esta colección de voces retratadas buscando ilustres representantes de la tradición y la modernidad más valientes. Delegadas de mensajes universales y rotundos que, cuando apenas había tribunas para ella, pusieron voz de mujer a palabras, emociones y conquistas importantes.

Quizás uno de los capítulos más visitados por el arte es el del homenaje a las vigilantes del hogar, aquí evocado en el canto a la abuela gitana recogido por Dvořák, la oración de las madres pintada por Falla y María Lejárraga y, por qué no, esa tierna caricatura que hace Menotti a través de la conversación telefónica de Lucy: tres escenas muy distanciadas en estética y espíritu, pero evocadoras de un cierto rol compartido del que se hizo responsables a mujeres de todo el planeta en ese reparto ancestral en el que a ellas, como una suerte de responsables naturales de la cohesión social, les tocó el cuidado de los niños, la capacidad de esperar, el coraje de llorar o el misterioso don de hablar y hablar durante horas.

Un segundo universo importante que queríamos convocar es el que aquellos autores capaces de retratar a las Olympias y Jennys del planeta, describiendo la injusticia y el dolor que encarcelan a aquellas que son diseñadas como juguetes y monedas de cambio. Tanto la lúcida parodia construida a través de esa muñequita autómata decorada para ver qué marido pagará más por ella, como la cruda mezcla de cinismo y amargura de la prostituta de Mahagonny, pueden resumirse en el repentino grito de ésta última: una persona no es una mascota, terrible reivindicación que aún hoy día sangra en nuestras calles y nuestras pantallas.

Frente al destino roto de estos últimos personajes brilla el rotundo grupo de las luchadoras, las representantes de la rebeldía, la energía y el valor. Repasando las referencias del gran repertorio lírico encontramos que la inmensa mayoría de las arias de las grandes heroínas versan, una y otra vez, sobre el amor, como si todas fuesen intérpretes de la misma canción. Triunfaron en los teatros de todo el mundo porque los suyos son emocionantes retratos de mujeres enamoradas, pero también es importante ver cómo algunas muestran sorprendentes trazos asociados a otros tipos de búsqueda y valor: el vibrante entusiasmo de esa joven Juliette que escapa a que otros decidan sobre su destino, la rotundidad de Konstanze por mantenerse fiel a su dignidad y ser libre, la pasión de Antonia por dedicarse a una profesión en la que hacer oír su voz, aun cuando todos los que la rodean insisten en que ésa es empresa de locas… hay un impulso grandioso en estas mujeres, una titánica pasión de cambio, que hierve en sus palabras y su construcción musical y que pone nombre a los mismos retos que tenían muchas de las habitantes del patio de butacas que las vieron nacer.

Por último, nos despiden las representantes de la extrañeza y la seguridad, esos rasgos entrelazados que siempre nos acompañarán en todo camino de búsqueda y transformación social: la diosa Venus baja al siglo XX para comprobar pasmada que todo ha cambiado y que las nuevas reglas están por descubrir… mientras la señora Manon, la madura protagonista de la opereta “Una mujer que sabe lo que quiere”, sonríe a su entrevistador, orgullosa de trabajar, amar, saber conducir y viajar por el mundo.

La voz de las mujeres

Hubo una larga época en que casi todas las mujeres parecían invisibles e inaudibles. Son muchos los universos artísticos en los que costó siglos que las mujeres subiesen a los escenarios para representarse a sí mismas, sustituyendo a los muchachos y ancianos disfrazados que, hasta entonces, interpretaban sus papeles. Fue sin duda una difícil conquista compartida que no sólo renovaría las tablas y renglones de teatros y salas de música, sino que también tuvo que desentumecer el oído de espectadores de todo el planeta. Porque, ¿a qué sonaban las voces de mujer, cuando apenas existían lugares públicos donde pudiesen ser alzadas y realzadas? ¿Qué palabras llevaban? ¿Qué colores y matices las distinguían?

Concedemos tanta atención a estas damas de la escena no sólo porque durante mucho tiempo brindaron una de las pocas ocasiones de visibilidad social de aquellas a quienes retrataban, sino también porque los personajes rara vez son sólo personajes. Los retratos que escoge y enmarca el arte tienen una presencia tan extraordinaria en nuestra vida, que llegan a convertirse en importantes relatores de cómo somos o cómo fuimos. Y éste es un testimonio quizás aún más valioso en el caso de aquellos grupos que, como sucedió a tantas generaciones de mujeres, no contaron con la mirada de otro tipo de cronistas: durante siglos, los libros de Historia olvidaron recoger cómo habían sido la vida y las palabras de las ciudadanas; los principales escenarios y retos, los diferentes nudos de amargura y escalones de victoriosa evolución de esta mitad de la Humanidad tardaron mucho tiempo en despertar el interés de historiadores y científicos. Así, si los rostros y discursos de estas habitantes de nuestro pasado no nos son del todo desconocidos, en buena medida es gracias a que parte de sus gestos, trabajos y escenas cotidianas sí fueron abordados en ilustraciones ornamentales, parlamentos teatrales, novelas y canciones… preciadas instantáneas en las que cada generación sostuvo su particular mirada hacia madres e hijas, reinas y siervas, diosas y aventureras.

Sin duda son retratos parciales –injustos y peligrosos, muchas veces-, pero de una importancia extraordinaria para conocer a nuestras y nuestros antepasados, y para comprender mejor el mundo en que vivían. Porque los personajes nacieron entre la gente y entre la gente se hicieron fuertes, como acompañantes fantasmales que participan de la vida inmiscuyéndose en cada una de las decisiones y los anhelos de los humanos. Muy pocas protagonistas de cuentos, óperas o murales servirían de prueba veraz sobre la precisa realidad social y vital de las modelos que las inspiraron: sus perfiles pueden leerse como un puzzle de invenciones de cada autor, escenas idealizadas, fantasías imposibles, fragmentos sobreexpuestos y realidades omitidas. Pero, aún así, portan en sus rostros y discursos, en sus ropajes y empresas, valiosas trazas de lo que sus coetáneas de carne y hueso podían escuchar antes de dormir, tararear en el taller o reivindicar a conciencia.
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